miércoles, 13 de junio de 2012

LOLA SUÁREZ

Ayer vino Lola Suárez, y la velada fue un lujo. Vino acompañada del editor de su último libro, Plácido Checa, y de la profesora y magnífica analista literaria, Adelaida Ríos, que escribió y leyó la presentación que aquí les cortipegamos agradeciéndole a la autora que nos haya enviado el texto, y que lo haya hecho así de pronto.

Gracias, Ade. Gracias, Lola. Gracias, Plácido.
Y gracias a todas y todos los que ayer nos acompañaron.
Por cierto que el libro en cuestión es:

Título: El callejón de la sangre
Autora: Lola Suárez
Editorial: Cam-PDS
Colección: Episodios Insulares
PVP: 6,60 €

Y que no les pego foto de la portadita porque no la encuentro, pero les recomiendo que se lean la presentación y, sobre todo, que lean el libro y que se lo regalen a sus niñas y niños.



PRESENTACIÓN DE EL CALLEJÓN DE LA SANGRE, LOLA SUÁREZ
En 1930 Pedro García Cabrera, en su ensayo El hombre en función del paisaje,
haría público que “la imagen primaria del hombre se modela en su paisaje nativo y a ella
reduce -amolda- las percepciones y las impresiones.”
La escritura de Lola Suárez en la mayor parte de sus libros y en este,
especialmente, no puede sustraerse a retratarnos con la palabra el espacio insular,
centrado en esta ocasión en la isla de Lanzarote: callejuelas adoquinadas, casas
enjalbegadas de blanco, la huerta alrededor del aljibe, las arenas de La Caleta, los
acantilados de Famara... y, sobre todo, el sol..., el sol, el calor y el silencio en las horas en
las que el bochorno obliga al refugio en la penumbra. Un espacio en el que el tiempo
parece detenerse con el propósito de que el protagonista del relato consiga trasladarse
por el pueblo y logre averiguar la apasionante historia, por tres veces interrumpida, del
pirata Arráez.
Efectivamente, conocedora no solo del alma infantil sino de la de aquellos que
tienen que convivir con limitaciones físicas, Lola escoge a un niño de diez años que se
mueve en silla de ruedas como protagonista. El muchacho, cohibido al principio y con
arrojo cuando se sabe capaz, persigue con tenacidad y valor el testimonio de aquellos
que conocen las violentas hazañas del pirata. No obstante, el texto, aunque no exento de
emotividad en algunos pasajes, rezuma optimismo desde sus primeras páginas: el
colorido de la habitación, los ladridos de alegría del perro, el humor, a veces un poco
irónico, y la valoración del esfuerzo para la conquista de los mayores anhelos son una
buena muestra de ello.
Así pues, El Callejón de la Sangre es un relato sobre este muchacho que pasa un
verano en la isla y escucha por primera vez la incursión del pirata Morato Arráez en
Lanzarote en 1586. Pero es también una historia que viene del mar, elemento definitorio
de isla, de un mar que se nos revela, por un lado, amable, un mar de orilla, liberador, que
acaricia los pies del niño y, por otro, un mar oceánico que ciñe y estrangula la isla,
portador de naves al mando de rudos hombres en busca del saqueo y el sometimiento.
Estas dos historias son tejidas por Lola Suárez valiéndose de la técnica literaria, el relato
dentro del relato, que relaciona dos niveles diegéticos por medio de distintas voces
narrativas.
Nos situamos, pues, en una historia marco, la del muchacho que veranea en la isla
y que es contada por un narrador externo, y otro relato conformado por testimonios orales
cuyos narradores son internos, es decir, personajes del mundo ficcional creado. Esta
pluralidad de voces permite a la escritora marcar el grado de distanciamiento entre el
texto y el lector. Cuando el testimonio de lo relatado lo protagoniza el pirata que cuenta su
propia historia, en el lector se genera una impresión de realidad por la que se autentifica
lo narrado. Pero en este último libro, debemos resaltar, además, la labor de indagación
sobre los hechos ocurridos en Lanzarote, según cuentan, entre otros, Antonio Rumeu de
Armas en su libro Canarias y el Atlántico. Piraterías y ataques navales. La llegada e
invasión de la isla por Arráez prendió en la potente imaginación de Lola quien, usando la
historia como pretexto, tejió un entramado ficticio sin dañar los principales hechos de la
incursión que relata. Venganzas, piratería, autorizaciones reales para las cabalgadas en
Berbería, captura de esclavos por señores de Lanzarote, desertores... múltiples
ingredientes todos ellos que la escritora ha sabido narrar dotando al relato de una enorme
magia e intriga, conduciendo al lector, como sujeto activo que es, a formularse
continuamente hipótesis sobre los hechos que se van contando.
El fantasma del pirata Morato Arráez retratado por la escritora es como aquel
Fantasma de Canterville (Óscar Wilde), protagonizado por Charles Laughton en la
película de 1944 del mismo nombre dirigida por Jules Dassin, es decir,
[...] como transparente y yo podía ver la pared que estaba a su espalda como si
estuviera mirando el fondo del aljibe, porque el cuerpo se le movía... igual que tiembla el
agua si tiras una piedra. [...]
El espectro de Morato cuenta al niño las aventuras y desventuras de sus saqueos y
de su imposible amor con doña Constanza. La ternura que despierta este personaje
demuestra la habilidad de nuestra escritora que nos retrata a un pirata valiente,
implacable, gran estratega, bregado en argucias para conseguir sus propósitos y,
también, a un ser afligido y sensible, un pirata honesto como el de José Agustín Goytisolo.
El espacio insular representado en El Callejón de la Sangre ahonda también en
ciertas costumbres populares: reproduce las creencias y los saberes asumidos por una
cultura. La vieja María la Baifa habla con la tía del niño acerca de los beneficios del sebo
de la joroba de camello y del momento apropiado para coger hierbas medicinales: la luna
nueva. Esto provoca el asombro del muchacho lo que no impide que la Baifa siga
desempeñando su papel con seriedad sin percibir que el niño se esfuerza por no estallar
en carcajadas cuando piensa:
[…] solo faltaba que ahora se pusieran a hablar de alas de murciélago y patas de
escorpión. […]
Esto es una clara expresión, junto a otras del texto, de lo popular, de lo festivo, una
seriedad ridícula, como acuñara Mijail Bajtin en sus análisis de la cultura popular.
El recuerdo mantiene una relación muy estrecha con la escritura. Marcel Proust en
la primera parte de su obra En busca del tiempo perdido relata el célebre episodio de la
magdalena mojada en el té caliente, cuyo gusto supone para el protagonista la
recuperación de un recuerdo infantil: el recuerdo de los pedacitos de magdalena
humedecidos en el té que su tía-abuela le daba cuando pasaba con su familia las
vacaciones en Combray. Esta memoria se activa a través de los sentidos más primarios,
recuerdos involuntarios, objetivos, plenos, auténticos, rescatados para aportarnos
felicidad ya que no están marcados por la siempre engañosa subjetividad que caracteriza
nuestras impresiones cotidianas. En este sentido, Lola Suárez articula el resorte de esa
memoria involuntaria para mezclar con exquisita sensualidad los olores del pan recién
hecho, bizcochones o rosquetes con la contemplación de vitrinas repletas de dulces.
Olores y sabores se asocian a modo de una maravillosa sinestesia que degustamos los
lectores.
Se atribuye a distintos escritores (Rilke, Baudelaire, entre otros) la frase La patria
del hombre es su infancia. El relato, construido desde la memoria perceptiva, la
investigación y una excepcional experiencia lectora -no es casual que el muchacho desde
el principio del libro tenga a su disposición una repisa repleta de libros y una lámpara de
lectura-, nos obliga a concluir que Lola Suárez nos presenta su libro más elaborado, quizá
el más notable. Cada lector, ante un texto, interpreta, interioriza y paladea el mundo
ficticio, creado por el escritor, de una forma, evidentemente, subjetiva lo que me lleva a
afirmar que su patria, la patria de Lola Suárez en El Callejón de la Sangre, huele a
hierbabuena, canela y limón.
Junio de 2012
Adelaida Ríos Cruz

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