sábado, 15 de junio de 2013

CÓMO SER MUJER

De la mano de sus distribuidores me llega hace unos días el libro Cómo ser mujer, escrito por Caitlin Moran y editado por Anagrama, que la próxima semana estará a la venta en nuestra librería (y en todas las que lo soliciten). Lo recibo con una sonrisa (porque  me gusta la editorial, porque el título es sugerente, porque no deja de ser un regalo) y me sumerjo de inmediato en su lectura.
Leo y releo los planteamientos feministas de la Moran, llenos de anécdotas de vida. Me río. Me cabreo. Vuelvo atrás. Me enfrasco en la lectura de Germain Greer porque aparece muchas veces citada. Termino y vuelvo a empezar.

Desde luego es un libro que habla de nosotras, de las mujeres de este siglo y de esta sociedad desquiciada. Habla de la regla:

"Tengo mi primera regla: ¡puaj!", escribo en el diario. -No creo que Judy Garlan tuviera nunca el periodo- comento apesadumbrada a la perra aquella misma noche. Estoy contemplando mis lágrimas en un pequeño espejito de mano-. Ni Cyd Charisse. Ni Gene Kelly.
La bolsa de compresas Pennywise que mi madre guarda detrás de la puerta del baño ha pasado a ser asunto mío. Siento pesar y envidia de mis hermanas pequeñas, que aún no tienen nada que ver con ella. Las compresas son gruesas y baratas; se me pegan a las bragas, como si llevara un colchón entre las piernas. (p.26)

Habla de los tacones como objeto feminizador y como instrumento de tortura. Del patriarcado, del ostentoso machismo antiguo y del nuevo machismo soterrado. Del aborto y de la maternidad. De la depilación brasileña:

Y, por supuesto, es la pornografía la que nos está costando todo ese dinero, tiempo y dolor de folículos. Si preguntas "Por qué las mujeres del siglo XXI creen que deben quitarse el vello púbico?, la respuesta será "Porque todo el mundo lo hace en el porno". La depilación Hollywood es ahora estándar en el sector. Si te fijas en cualquier imagen prono posterior a , digamos, 1988, no hay vello ahí abajo: los primeros planos son como ver a uno de los hermanos Mitchell, sin ojos, comiéndolse una salchicha larga y escurridiza. (p.59)

Habla de la crianza y de las relaciones laborales. Del puesto secundario que sigue asignándosele a la mujer por serlo. De los tópicos con los que nos estigmatizan:

Imagina, por ejemplo, una pequeña discusión en la oficina. No os habéis puesto de acuerdo sobre un proyecto. Un colega varón se lo ha tomado a mal y se ha marchado cabreado. Cuando vuelve, te pone un paquete de Tampax en la mesa.
"Teniendo en cuenta lo sensible que has estado, he pensado que necesitarías esto", dice, con una sonrisita a lo Jimmy Carr.
Un par de personas ríen con disimulo.
¿Qué puedes hacer? Obviamente, si tuvieras más recursos, podrías abrir el cajón de tu mesa, sacar un par de testículo y dejarlos encima de la suya, diciendo: "Y dado lo pusilánime que has estado en nuestra última pequeña escaramuza, he pensado que podrías necesitar esto." Pero, ¡ay!, es poco probable que ni siquiera la mujer más previsora del mundo tenga un par de testículos de goma en su mesa de trabajo. (p.154)

Habla de los clubes de streptease y de los cabaretes (y establece diferencias), de Lady Gaga y de Germaine Greer, de las novias de los futbolistas y de los bolsos de Hermés. Habla de hoy y de ahora, de su infancia en un barrio obrero, de la lucha por convertirse una mujer: esa que no se nace sino que se hace (también cita a nuestra imprescindible Simone de Beauvoir). Habla (escribe) rápido y claro, afirma y se contradice, cuenta anécdotas y reflexiona. Nos cuenta.

Leo y asiento. Leo más y disiento. Busco un calificativo para el libro. Es divertido, pero es algo más que eso. Es tan lúcido como discutible. Es incisivo. Finalmente encuentro la palabra, una que a mi madre le encantaba, es una novela cáustica. Una novela cáustica que hay que leer y debatir. Porque reír merece la pena, y discutir, también.

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