viernes, 6 de diciembre de 2013

EL CHICO DE LA TROMPETA, DOROTHY BAKER. PASIÓN EN ESTADO PURO.

Cada vez que leo una novela que me revuelve la vida entro en un estado de aislamiento que me obliga a vagar por las calles sin despegarme de lo sentido en la lectura, a soñar con los ambientes y personajes, a desear que la historia no acabe con la última página, a trasladarme. No es algo que me ocurra con frecuencia, pero cuando ocurre sé que la historia me permanecerá dentro y que ningún acontecimiento real logrará despegármela. Me ocurrió, hace un mes, con El chico de la trompeta (en el título tienen un enlace a la ficha de la editorial) y no sé cómo contárselos porque solo siento la necesidad de decirles (de gritarles), que tienen que leerla.

El chico de la trompeta fue escrito por Dorothy Baker (el nombre enlaza con la wikipedia por pura comodidad) en 1938, y ha sido publicada en nuestro país este año gracias al buen hacer de los editores de Contraseña (algún día les hablaré de mi historia con esta exquisita editorial). Es la mejor novela con protagonista músico que he leído en mi vida (el mejor texto, en realidad) y como me siento absolutamente incapaz de reseñarla con un mínimo de rigor les voy a indicar aquí dos recomendaciones hechas por dos buenos lectores y les voy a contar una vieja historia.

Las recomendaciones son  la de Kiko Amat  (escritor, lector y músico, no necesariamente en este orden) que en su página Bendito Atraso (no olviden que en los cambios de color siempre hay enlaces) declara, y yo lo suscribo, que "El chico de la trompeta es el mejor libro jamás escrito sobre música y obsesión". Y la de Eduardo García Rojas (cinéfilo, bibliófago, cronista y amigo) que concluye su reseña (aquí) afirmando, y también lo suscribo,  que "por obras así merece la pena continuar leyendo para aprender a ser distinto".

Y en cuanto a la vieja historia, supongo que la podría evitar, pero es la única forma que tengo de intentar trasmitirles mi pasión por esta novela, así que aquí va:

En una vida muy muy lejana fui una niña unida a un enorme piano que me desbordaba. Todos los días me sentaba frente a él y me esforzaba por lograr que me diera los sonidos que otros (grandes otros clásicos) habían escrito. Todos los días me acostaba soñando que el instrumento me comprendería y me daría al fin las melodías que me atormentaban. Y todos los días volvía, incansable, a la misma eterna batalla.
En otra vida también muy lejana fui una joven llena de impotencia que abandonó la interpretación y se sumió en la escucha de las mejores músicas. Una joven afortunada que escuchó atónita los directos de trompetistas como Freddie Hubbard, Wynton Marsalis y Miles Davis. Una joven apasionada que regresaba a casa de los conciertos como si algo trascendente hubiera ocurrido, que leía compulsivamente al Cortázar con el que soñaba, que paseaba insomne las calles de Granada, que frecuentaba peñas flamencas, que se iniciaba en el alcohol y el sexo y, a veces, se sentaba llena de rabia delante del piano queriendo arrancarle lo que no le había dado.
En otra vida leí y oí desesperada. Soñé y viví obsesionada. Busqué sin encontrar respuesta y a veces, algunas veces, me sentí identificada. Me ocurrió leyendo a Cortázar y volviendo una y otra vez a su Perseguidor. Me sucedió compartiendo noches con Boris Vian y sus letras. Me pasó en las miradas viejas y en algunos cafés. Y luego, poco a poco, todo pareció desaparecer.
En esta vida, no siempre cercana, el piano permanece como un mueble más, destinado a acumular polvo, los conciertos en directo quedan en la memoria de los años en que tuve nómina y la pasión permanece encorsetada entre horas de trabajo y aperturas de cajas. Pero a veces, algunas veces, el tiempo se para y la pasión se desata. Me ocurrió con la lectura de La balada del café triste de Carson McCullers que con su niña pianista me volvió a la infancia. Me sucedió con La historia de Paul de Willa Cather. Y me ha ocurrido, con mayor fuerza aún, leyendo El chico de la trompeta.
Fin de la historia.

Amigos. Amigas. La lectura de esta novela me ha convertido en fiel admiradora de la palabra y en devota de Dorothy Baker porque no creo que ningún autor (y uso el masculino con toda la intención) haya captado como esta mujer la pasión (¿obsesión?) que la música puede ejercer. 

Escuchen música. Escuchen jazz. Escuchen a Bix Beiderbecker (aquí lo pueden hacer) pero, sobre todo, lean El chico de la trompeta. Porque hay libros que están llenos de vida. Y uno es este.

Gracias a la editorial Contraseña por la edición.
Gracias a Ismael Atracche por la traducción.
Gracias a Alberto Gamón por la ilustración.
Gracias a Dorothy Baker por la comprensión.



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